viernes

... Al tanto de la sirena y el destello azul, esperan al filo de las veredas la llegada del dinero. Los atendían al paso o se subían a los autos que parpadeando las luces frenaban a su altura. Toda gama de edades, desde adolescentes hasta señores al borde de la tercera edad. Pocos iban hacia ellos sin antes escuchar la invitación, “psss, psss, papito ven aquí” simulando sorpresa, se acercan mirando de lado a lado con las manos en los bolsillos, emprenden el susurrante dialogo. Siempre había quien no tenía ni una moneda y buscaba sacar provecho de la cercanía, primero preguntaban el costo, luego saciaban mínimamente la vista y el tacto asumiéndolo algo así como cortesía de la casa, palpan la fracción más cercana de piel desnuda. Ante el éxtasis que les producía quizá por compasión recibían unas caricias en el miembro. En caso que haya dinero pero no el suficiente para el taxi y el hostal, una cuadra antes de la vía expresa existía un rincón estrecho, hundido, sin luz, donde eran atendidos los más osados, apoyándose en una pared rugosa, descascarada, entre el constante hedor a látex y orina...

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