domingo

Nos moríamos de frío sentados en las diminutas piedras, no percibía ese sabor a sal que emana el mar, quizá porque mi mente se mantenía divagando en miles de tonterías en vez de estar ahí. Nuestras bocas yacían selladas, tan solo las abríamos para decirnos banalidades, después volvía el perturbante silencio. Cinthia miraba el mar con demasiada atención. Sus ojos risueños y soñadores parecían definir algo entre las penumbras, me había comentado que morir ahogada en el mar sería su muerte ideal, también que constantemente soñaba con él, yo me reí con ironía y le dije que el significado de ese sueño era todo lo contrario a lo que ella podría imaginar, como casi siempre no me entendió. La veía suicidándose de pronto, entrando en las aguas negras y desapareciendo como un espectro, lo creía posible pues Cinthia tenía unos cuantos tornillos flojos. O quizá lo imaginaba con el subconsciente deseo de que suceda y así la noche adquiriera algún sentido.

La idea de la playa fue de ella eso si, pero nunca creí que descenderíamos hasta la orilla a esas horas cruzando gran cantidad de escaleras, pistas rocosas, y cuando llegamos no tenía ni idea de qué más hacer, ella tampoco de seguro estaba igual de nerviosa, confundida que yo, por eso a penas nos mirábamos, a penas cruzábamos tres o cuatro palabras, a penas nos rozábamos con los hombros.

Para matar el tiempo, o para que se le ocurra algo recogía piedritas de las miles que habían, me enseñaba las que le gustaban, las más redondas, las más lisas, yo me reía como estúpido por dentro me carcomía una angustia que me quitaba la espontaneidad, me sentía preso en mi mismo, incapaz de ser yo, aunque pensándolo bien creo que ese era yo.
Ambos esperábamos que uno de los dos de una vez por todas diga algo inteligente, algo que asesine esa tensión, le confesé que me sentía un simio por no decir torpe. Riendo me pregunto por qué, le dije que sentía angustia, un comentario inútil que no dio para más. Cinthia continuaba contemplando la oscuridad solo la podía ver de perfil me intrigaba no saber que significaban sus gestos ambiguos, siempre parecía tener una sonrisa pero creo que así son sus labios, lo mismo con sus ojos y su mirada ingenua, nunca sabía cómo realmente se sentía.

Después de vacilar unos segundos sin apartar la mirada del frente se atrevió a hacerme una pregunta, hubo un leve cambio en su tono de voz, era difícil responderla, “¿Por qué esa vez (bastante tiempo atrás) saliendo del cine la besé y después me detuve, di la vuelta y la ignore?”, ese tema no lo habíamos vuelto a tocar ni por el Chat, ni las pocas veces que nos vimos y aunque quizá otro hubiese visto ese como el momento preciso para crear una charla amena yo no lo hice, Fue un arrebato adolescente, no sé después me sentí inseguro, por eso me di la vuelta y estuve callado. Ella parpadeo, meneo la cabeza, luego miró hacia las piedras y me dijo, lo que yo pensé fue que no te había gustado, y por eso después no me hablabas.
¿Hubieses querido que continúe? Me dijo si, y me lo dijo con tono de berrinche.

Contando la salida del sábado antepasado hasta entonces no había sentido el violento impulso de besarla, no negare que paso por mi cabeza y no solo eso, pero veía tales escenas muy bien ahí, en la fantasía, creía poco posible que suceda porque la forma en como empezaba a ver a Cinthia había estado cambiando, creí que podíamos ser buenos amigos de esos que solo charlan, caminan y ríen (Era lo único que hacíamos y me gustaba) Sin embargo pareciera que dentro de cada uno había estado otro ser que pensaba y deseaba otras cosas y nos manipulaba, porque todo cambió desde que nos acercamos más y ocurrió el primer roce de labios, que fue tímido, seco, tenso, aunque como cualquier otro beso también fue una puerta.

Comenzamos al lado derecho de la Rosa Náutica, estábamos en mala posición era un tanto dificultoso que nuestras bocas jueguen teniendo los cuerpos de costado, durante unos minutos luchamos porque sea placentero y en parte por la inmadura inhibición que me causaba la idea de tomar el control y actuar con mayor seguridad. Nos pusimos de pie, continuamos con besos entrecortados, nada mágico, pero ya estábamos ahí por las puras no habíamos hecho un gran recorrido que bien podría pertenecer a un deportista a las seis de la mañana, avanzamos sin cesar como si allá nos esperase algo que no debíamos evitar, porque tan fácil era que ella o yo dijéramos: Mejor no, por las webas vamos a caminar tanto, ¿para que? Y todo se fuera a la mierda (aunque la verdad fue algo así pero más adelante) Recuerdo que el desconcierto que me causaba la situación me había echo equivocarme dos veces el camino correcto, primero al malecón, después hacia la orilla, la llevé por lugares difíciles y muy oscuros en vez de cruzar el puente e ir directamente a las escaleras, ni por eso nos desanimamos, al menos no del todo. Entonces si paso lo que pasó fue porque hubiese sido el colmo que no pase, y esa afirmación se iba iluminando más conforme avanzaban los minutos.

Caminamos hacia la vereda esta vez de la mano con la excusa del teléfono público, resultó que éste no tenia auricular así que seguimos de frente dándonos tímidos picos de vez en cuando, haciendo comentarios endebles sobre que rico es besar y lo contrario que debería ser por los miles de gérmenes y bacterias que inevitablemente intercambiamos. Olvidando las palabras anteriores a penas llegamos al otro lado lo volvimos a hacer, ella apoyada en la baranda celeste, el aire helado, las olas rugiendo sin ritmo aunque igual de cautivantes, era muy extraño que suceda esto, ¿Acaso siempre nos habíamos deseado en secreto? ¿Por qué recién se estaba dando? Pues aquí no hubo seducción, tan solo una amistad frustrada, veía a Cinthia cada 365 días, la verdad cuando recordaba que la conocía. Las conversaciones por Messenger eran cortas, chistosas, chacoteras, nada más, bueno ella nunca se negó cuando le decía para vernos un sábado en la tarde, era para medirla y yo me preguntaba porque carajo no me manda al diablo, salíamos aun sabiendo que nuestras posibilidades de diversión eran mínimas pues no teníamos mucho en común. Como me dijo ella esa noche, lo único que tenemos en común es que paramos hablando huevadas, sí, era cierto las veces que lográbamos entendernos era porque mencionábamos la masturbación, sus tetas, su trasero, Dios, su amor platónico Benjí. Sin embargo había mucho que nos era difícil compartir, creencias, música, ideas, etc. justo lo que crea empatía.

Se me ocurre que habíamos llegado hasta ahí con la esperanza de averiguar que queríamos uno del otro, a ciencia cierta de la forma en como lo hacíamos no íbamos a averiguar nada, sino confundir más las cosas. A pesar de todo ese fue un momento liberador, uno de los pocos ese sábado en que actuamos de forma espontánea. Pensé que pasaría largo tiempo hasta que vuelva a cometer travesuras con una chica, lo digo así porque realmente fueron travesuras como las de los niños, arriesgadas, injustificadas, atrevidas, inesperadas.
Nos alejamos en silencio con tenues sonrisas en el rostro, mirándonos a la cara unos segundos y después volteando como si estuviésemos enamorados, no hablábamos solo seguíamos adelante sin apuro. Nos detuvimos en la inclinación de la orilla antes de llegar al agua, era un rincón alejado de la pista, pasaba un auto cada quince minutos, si alguien mirase desde ahí hubiese visto dos siluetas difusas entremezclándose. Cesó de besarme, nos miramos riendo, sus palmas apretaban las mías acercándome hacia sí, sentí su cuerpo inclinándose hacia atrás sin quitar la mirada de mi rostro. Luego de echar un vistazo rápido alrededor me dejé caer sobre ella, por primera vez palpé con plenitud su cuerpo y era muy agradable, nuestros besos ahora descarados, ansiosos, juguetones. Éramos dos extremos, hacía tan solo unas horas parecíamos piedras, al fin habíamos quebrado la barrera de la distancia y ni teníamos pudor de tocarnos, persistíamos en la búsqueda de nuestras pieles con gran apetito, aunque habían incómodas pausas que sobrellevábamos cerrando los ojos y besándonos de nuevo. Quizá fue mi imaginación, si así lo fue mientras besaba su cuello me gusto que de costado con voz susurrante dijera No lo puedo creer.

La dejaba de ver por tanto tiempo que solía no recordar bien su fisonomía, además cada vez que nos veíamos ambos habíamos sufrido ciertos cambios, antes no había visto sus senos tan incitantes, quizá porque nunca los había tenido así de cerca, pero se que no lo digo por la arrechura del momento sino porque realmente eran así, medianos, carnosos, redondos, masticables. Cuando lo hice ella solo miraba sin oponerse, desabotone su chompa, remangué el polo, arrimé el sostén, pase un largo rato engullendo su pecho, sus pezones endurecidos eran enormes daba ganas de arrancarlos.
El frío había desaparecido para mi, pero sentía sus piernas temblar, además ella estaba descubierta del cuello hasta el ombligo, te mueres de frío estas temblando, Cinthia elevó los ojos como haciendo una nubecita para pensar, luego me dijo en voz baja, si, supongo que también es el frío.
Me empujó con su cuerpo, nos revolcamos, las piedras no eran tan incomodas y si lo eran el atrevimiento de Cinthia hacía que no me importe nada. Ella parecía muy segura de que nadie nos veía, no tenía miedo, se había sentado sobre mi, me besaba despacio, me hacía sentir su sexo, descendía volvía a subir, yo no podía evitar mirar de lado a lado de vez en cuando, temía que algún guachimán, serenazgo, transeúnte este pasando por ahí. Sentía ese temor y lo único que hacíamos era besarnos y tocarnos, no lo imaginaba, ni paso por mi cabeza antes, fue una gran sorpresa que me diga, ¿Te puedo bajar el cierre? Valla ¿que responder a eso? “no hay problema te doy permiso” “seria genial” “¡Si hazlo please!” Pero solo dije, claro. Luchó con mi correa de tela a presión, tuve que ayudarla, ella terminó de desabrochar, correr el cierre, y de inmediato como un salto en el tiempo me encontraba estremeciéndome a causa de su húmeda cavidad, ya no había temor sino esa sensación que nace cuando se combina con la lujuria.
Me tire boca arriba a mirar el cielo sin estrellas pura oscuridad, a veces alguna nube gris. Yo tampoco lo podía creer, ese escenario, esa hora, ella, yo, la forma en que se dio, era algo onírico.
Sus mechones caían alrededor del rostro, ella los acomodaba tras las orejas porque le fatigaban, sin querer eso me permitía una completa vista de su boca sumida en el acto. Tras un tiempo prolongado hizo una pausa para amarrarse el cabello, se sentó, me dio una muestra de su repentino y ácido buen humor, ¿Esto está bien Martín? La verdad no recuerdo que contesté, de seguro balbucee alguna tontería que ni se escuchó. Ajustó bien el colet y volvió a agacharse.

No comprendo bien su actitud, ni la mía al final de todo. Fueron varias las interrupciones durante el toqueteo que no narré hasta el momento, en que se detenía para reprocharme que “solo quería que pase eso” (por dentro me preguntaba ¿acaso tu no querías ni un poquito?) Que cuando la voy a volver a llamar, que si solo es un choque y fuga, que le diga de una vez para no hacerse ilusiones, yo ignoraba sus preguntas y pretendía continuar hasta que pareciera el asunto olvidado. Por como sucedieron las cosas esto no parecía requerir de algún compromiso, todo más se asemejaba a un furtivo juego animal, o es que yo no podía entender como ella asociaba las ideas. Además poco después de insistir con sus preguntas, me pedía que por favor se la metiera ahí mismo, ambos teníamos pantalón, cuando me anime a ceder vimos que sería imposible, y eso que ella se mantenía optimista, Me voy a bajar el pantalón ¡Pero no mires ah! Se lo quitó a medias, no fue suficiente.

Unos metros más allá bordeado con una cinta de plástico que prohibía el paso, estaba una caseta de salvavidas, nos pusimos de pie y caminamos, las escaleras estabas rotas así que trepamos, dentro había como un cuartito con una silla de plástico la cual sacamos, al ingresar sin pausa alguna nos empezamos a desnudar en la total oscuridad, conforme íbamos quedando sin ropa sentíamos los gránulos de arena en cada lugar donde nuestra piel rozaba. La desesperación con la que actuábamos fue en vano, pasaron varios minutos entre besos secos, caricias frías, palabras tontas, que me hacían sentir todo cada vez más vacío. Desnudos en un ambiente de cinco metros cuadrados, iluminados tan sólo por la pantalla azul de su celular, mi ánimo dio un giro total, me senté sin intentar nada más, evitándola, pronto ella terminó diciéndome, no quieres hacer nada, para eso me traes hasta aquí, no hablé más, ahora que recuerdo me comporté como un autista, estaba tan dentro de mi, ella llegó a no importarme en lo más mínimo, no me interesaba lo que piense de mí, tampoco me sentía incómodo, era como estar solo con mis pensamientos. Lo malo vino cuando regresé de esa momentánea enajenación. Ella me había dicho que de seguro al final volveríamos a estar indiferentes, tenía razón. No hablamos en casi todo el retorno hasta San Luis. Yo me mantuve apoyado cerca de la ventana, sin embargo aun la miraba pero sin emociones como si ella no estuviese ahí, Cinthia inquieta, por fin no parecía sonreír sino mantenía un halo neutro, indiferente, aunque por segundos preocupado. No quería que la acompañe a su casa, prefirió que dos amigos suyos que estaban en una fiesta de por ahí la lleven. Bajamos frente al tanque y caminamos hasta rosa toro continuábamos sin decirnos mucho, con tono de desconocidos. Los esperamos en una esquina, ella de brazos cruzados apretujándose de frío, yo muriendo por fumar un cigarro.

Lo soltó de repente, ¿No va pasar nada entre nosotros? Justo llegaron. Le di un beso en la mejilla, volteé sin saludarlos caminando de frente, sin importarme quienes eran o como eran, hablaba conmigo mismo entre figuras mentales. No sabía si se volvería a repetir nuestra clásica rutina de no vernos hasta el próximo año, quizá ya no nos íbamos a ver nunca... pero lo hicimos poco después...

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